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domingo, 6 de julio de 2008

El dios Google

By Joana Bonet @ La Vanguardia (requiere suscripción):

Definida por Cartier Bresson como una comunidad de pensamiento amparada en el deseo de transcribir visualmente lo que ocurre en el mundo, la agencia Magnum, por tercera vez consecutiva candidata al premio de Comunicación y Humanismo Príncipe de Asturias, se cayó de la votación final. No pesaron lo suficiente su prestigio histórico, la huella de Robert Capa - que con su objetivo plasmó las miradas desérticas de la gente corriente durante la guerra civil española- o las interminables sombras de refugiados de Sebastião Salgado. Tampoco bastó la percepción real de un escuadrón de periodistas empapados en sudor, persiguiendo una historia con el aroma picante de la pólvora en el entrecejo. La mirada directa, mejor o peor iluminada, sobre la realidad. "Si tus fotos no son buenas, es que no estabas lo suficientemente cerca", decía Capa. La imagen de la noticia desde ángulos que se balancean entre la vida y la muerte. No, el viejo periodismo gráfico, vestido con las mejores galas de la tradición y actualizado con la última tecnología, ha sido derrotado por un clic. No hay un sujeto detrás, ni palpitaciones; no existe un yo que recoge información y la ordena según el formato para el que trabaja. El jurado del Príncipe de Asturias ha considerado que la mejor comunicación que se hace hoy se llama Google: "una gigantesca revolución cultural", argumentan.

Gracias a Larry Page y Sergei Brin, sus inventores, cualquiera dispone hoy de su propia agencia de información gratuita, no en vano el mayor oráculo de internet recibe cada día 200 millones de consultas. Es pintoresco el perfil de estos dos jóvenes millonarios que en el 2005 redujeron su sueldo a un dólar al año y que en una ocasión, de paso por España, aceptaron una entrevista en ElMundo. es pero tan sólo contestaron a la mitad de las preguntas porque llegaban tarde a otra cita. Del resto, según informaba la perpleja nota de la redacción, se ocupó su director de ventas. Y lo hizo en su nombre, con absoluta impunidad, atajando con un "preferimos no pronunciarnos" aquellas cuestiones incómodas, como su complicidad con la censura en China. Sin duda, todo un ejemplo de lo que entienden por periodismo los padres de tan excepcional herramienta: Google no edita, no escribe, no tiene un código deontológico o un libro de estilo, pero lo sabe todo. Es dios.
Algunas voces críticas con la carrera inversora iniciada por el buscador y con la expansión de sus sistemas de vigilancia han expresado su malestar por el premio. El presidente de la Asociación de la Prensa madrileña etiquetó la elección de "paleta" y el director de la agencia Efe, Álex Grijelmo, se refirió al periodismo sin alma. Porque el algoritmo más potente de la red, que sin duda merece muchos premios, carece de individualidad; imposible averiguar quién hay detrás de ese magma inabarcable de registros, inútil identificar la pista de quienes mueven los hilos para vomitar toneladas de palabras. Google, lejos de jerarquizar la información, se limita a extenderla encima de su alfombra infinita, a veces sin otro orden que el puramente comercial.


Me pregunto qué ocurre con todo aquello que no aparece en el buscador. Las historias que nunca serán tamizadas por la luz blanca de sus pantallas, los nombres y apellidos de gente que no se encontrará en la red porque ninguna mano invisible ha intuido sus huellas. Google no suda ni se ruboriza, no debe apartarse del relato para que éste emerja ni debe preocuparse, como los viejos fotógrafos de Magnum, por pisar una mina al acercarse a la foto. Su función no es desenterrar realidades sumergidas. No es un ente, ni un colectivo profesional, y su credibilidad es grandiosa aunque también proclive al sentimiento errático. Su omnipotencia le ha convertido en el mejor compañero para la soledad global. Eso sí, no le exijan que lleve certificado de autenticidad. (Leer artículo completo...)

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